Como siempre
esperándole en un rincón, toda la noche en vela deseando que llegara el alba
para poder salir a lucirme y el muy desconsiderado va y me saca a la calle así,
desaliñado, desatado, con todos los cordones por el suelo,
arrastrándolos cuál vulgar zapatilla de rapero. Mira que esta mañana ha tenido
tiempo de sobra. Y encima con el riesgo de que me pisen y de ensuciarme. Casi
hubiera preferido que me dejara tranquilo en mi esquina ¡Qué deshonra! No puedo
levantar la suela del piso de lo turbado que estoy.
¡No puede ser! Las
sandalias de tacón de la casa de enfrente vienen hacia aquí. Como me vea con
estas pintas seguro que se lo dice a todas sus amigas, las botas chismosas, en
cuanto las vea. Bueno, voy a tratar de mantenerme digno, con la puntera bien
alta, como si no pasara nada.
¡Será inepto el
condenado! No me puedo creer que esté por la Gran Avenida con esta
facha. No, no, no, no. ¡Al parque no! Por favor, ahí sólo me puedo manchar de
tierra y de defecaciones de caniche asqueroso. Hasta aquí hemos llegado, creo
que ya he aguantado demasiado. Voy a tomar medidas drásticas. A ver, voy a
esperar a llegar a ese escalón para parar esta vergonzante exhibición. Así,
así, vamos a tratar de juntar los dos pies, un poco más, un poco más ¡zas!
¡Sí! ¡Sí! ¡Por fin!
No había otra forma de que este patán se diera cuenta de como me llevaba. Más
vale que ahora me ha puesto como me merezco, con mis cordones perfectamente
anudados, mi piel brillante y reluciente y mi puntera erguida cual jirafa
africana. Ahora sí ¿dónde vamos?