lunes, diciembre 17

Angustias de un zapato presumido



Como siempre esperándole en un rincón, toda la noche en vela deseando que llegara el alba para poder salir a lucirme y el muy desconsiderado va y me saca a la calle así, desaliñado, desatado, con todos los cordones por el suelo, arrastrándolos cuál vulgar zapatilla de rapero. Mira que esta mañana ha tenido tiempo de sobra. Y encima con el riesgo de que me pisen y de ensuciarme. Casi hubiera preferido que me dejara tranquilo en mi esquina ¡Qué deshonra! No puedo levantar la suela del piso de lo turbado que estoy.

¡No puede ser! Las sandalias de tacón de la casa de enfrente vienen hacia aquí. Como me vea con estas pintas seguro que se lo dice a todas sus amigas, las botas chismosas, en cuanto las vea. Bueno, voy a tratar de mantenerme digno, con la puntera bien alta, como si no pasara nada.

¡Será inepto el condenado! No me puedo creer que esté por la Gran Avenida con esta facha. No, no, no, no. ¡Al parque no! Por favor, ahí sólo me puedo manchar de tierra y de defecaciones de caniche asqueroso. Hasta aquí hemos llegado, creo que ya he aguantado demasiado. Voy a tomar medidas drásticas. A ver, voy a esperar a llegar a ese escalón para parar esta vergonzante exhibición. Así, así, vamos a tratar de juntar los dos pies, un poco más, un poco más ¡zas!

¡Sí! ¡Sí! ¡Por fin! No había otra forma de que este patán se diera cuenta de como me llevaba. Más vale que ahora me ha puesto como me merezco, con mis cordones perfectamente anudados, mi piel brillante y reluciente y mi puntera erguida cual jirafa africana. Ahora sí ¿dónde vamos?

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