miércoles, abril 16

Las horas de mayo

Mayo. La primavera se anuncia inminente con la caída de las impenitentes lluvias sobre los prados y los árboles reverdeciendo exultantes.

La mirada de Julieta se escapa a través de la ventana viajando hacia rincones del tiempo habitados por otros imborrables mayos. Afuera, tras aquellos cristales rotos, las gotas de lluvia acarician suavemente a una pareja que juega a quererse. Y como gotas de lluvia, caen en su memoria todos los instantes recolectados durante aquellas horas, rescatados para coleccionarlos en su álbum más preciado.

Sus manos agrietadas, sus huesudos dedos de anciana acarician pausadamente un plateado reloj de cadena, como si de esa forma quisiera conjurar contra la implacable gravedad horizontal, contra la irresistible atracción que padecen los cuerpos a avanzar. De su castigado y ajado corazón brotan corazonadas al evocar, con una lágrima deslizándose por su mejilla, con una sonrisa dibujándose en sus labios, esos murmullos del pasado.

Años. No sabría decir cuantos transcurrieron desde aquellas horas que guardaron todo el tiempo del mundo. Horas, minutos, segundos, soplos de vida cargados de eternidad, pero irremediablemente fugaces. Horas imprecisas, húmedas y cálidas. Unas horas por las que habría merecido la pena vivir una y mil veces.

“Esta noche te echaré de menos”; “Te quiero de tantas maneras...”

Las palabras rebotan en su cabeza como si fueran de ahora y su mente reconstruye, como momentos de ayer, todos los universos inventados con mucho de sentimiento y otro tanto de ternura. Los ha ido almacenando metódicamente por colores, por tamaños, por sabores y aromas, por optimismos y desazones. Manos tímidas, manos decididas vagando por su piel; labios que se encuentran alocadamente para fundirse en interminables besos; miradas que se buscan ansiosas tras cualquier esquina; silencios entrecortados por susurros en forma de verso y canto; distancias escritas con llanto.

La noche va cubriendo con su oscuro manto las ensoñaciones de antaño y la luna se hace cómplice de los deseos rememorados. Poco a poco, Julieta se deja caer en los tentadores brazos de Morfeo para así poderse re-crear en los sueños de mayo. A ella acuden historias de increíbles y fantásticos duendes que componen rimas con sus flautas, de brujas que crean sortilegios con los que conquistar corazones, de castillos de arena más sólidos que todas las pirámides de los antiguos, de huracanes vencidos por danzas de akelarres, de cortinas rojas convertidas en alfombras voladoras y de estrellas fugaces con las que viajar hacia mundos de nunca jamás.

Y entonces, cuando sus párpados comienzan a caer pesados como juicios, viejos y nuevos escalofríos le recorren su cuerpo de arriba a abajo, y el calor, ese calor de las horas de mayo le atraviesa de nuevo el alma.

viernes, marzo 14

La pesadilla de Julio

Oscuridad. Ahogo. Vacío. Julio siente fogonazos de calor sobre su cabeza, como si ésta fuera una olla a presión en la que se estuvieran cociendo miles de neuronas. Su mente está plagada de enormes agujeros negros que no le llevan a ninguna parte de su memoria. Tan sólo alcanza a recordar alguna imagen borrosa de Ángel en aquella cafetería de la estación y alguna frase de la conversación acerca de Amparo, su pareja.

Comprueba que tiene fuertemente sujetadas con cuerdas, por los tobillos y las muñecas, sus piernas y brazos. Sus extremidades están entumecidas y a duras penas puede mover levemente algunos dedos. Siente que le falta aire. Con dificultad alcanza a inhalar alguna bocanada perdida, algún resquicio de oxígeno que le llega hasta los pulmones. Su garganta está estropajosa y la sed recorre su reseca boca. Intenta exclamar alguna palabra. No puede. Tiene sus labios cerrados con un trozo de cinta de embalaje. Ahora que va recuperando la consciencia sobre cada parte de su cuerpo, experimenta un intenso escozor sobre el mentón y las mejillas.

En medio de aquella aterradora negritud, la exterior y la interior, comienza a explorar la situación. Está atado en posición fetal en un espacio algo mayor que un ataúd. Pero no es un ataúd. Es irregular, metálico y en él huele enormemente a gasoil. Se respira una atmósfera viciada y asfixiante. Su alma se resquebraja ¡No puede ser! “Estoy en el maletero de un coche”.

Sus ideas empiezan a fluir de una esquina a otra del habitáculo. No alcanza a imaginar qué diablos hace allí. “¿Qué ha pasado?” “¿Por qué estoy aquí?” Comienza a moverse inquieto. Y con él, también se mueve el vehículo en el que se encuentra, despacio, muy despacio. Tan sólo recorre unos escasos metros. De nuevo se para. Esta secuencia se repite incansablemente desde ese momento de claridad en la mente de Julio. Acelera, frena. Acelera, frena. Así ininterrumpidamente durante horas. En alguna ocasión el conductor de aquél féretro - aunque no lo sea, Julio comienza a experimentarlo como tal- apaga el motor y deja de escucharse ese ruido que taladra sus oídos. En ese momento es capaz de reconocer otro tipo de sonidos. Bocinas, más bocinas, algún que otro insulto y voces malhumoradas. Lloros de bebés angustiados, como si fueran a ser degollados. Alguna que otra sirena de ambulancias o, quizás, de policía ¡Policía!.

No sabe cuanto tiempo lleva ahí y, lo que es peor, no sabe cuanto tiempo permanecerá enclaustrado en ese infierno. Puede que algunos minutos, es posible que unas horas o incluso, varios días. Su corazón flaquea. Comienza a latir a sobresaltos, como si quisiera acompasarse al ritmo de aquella macabra caravana. Se imagina como el cadáver de una comitiva fúnebre.

Avanzan las horas. El coche permanece parado. El silencio se sobrepone en aquel desquiciante coro de estridencias. Sus párpados comienzan a caer, pesados, mientras se oyen a lo lejos algunos escandolosos grillos.

– Esto se nos está complicando. Tenemos que pensar en algo para salir de este atasco. No podemos tenerlo por más tiempo ahí metido.

– Sí, me parece muy bien, pero ¿qué podemos hacer?

“¡Imposible! ¡No me lo puede creer!”. Julio no da crédito a lo que está oyendo. Las voces de su mejor amigo y de su pareja retumban en sus tímpanos y hacen estallar su indignación. Las piezas de ese misterioso rompecabezas comienzan a encajar.

jueves, marzo 13

Hipérboles de amor

Mis ojos se desperezan cada amanecer con el tic-tac de tu corazón,
pero se d e s p e d a z a n cada anochecer si no han bailado al son de tus pálpitos.
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Este interrogante no deja de ser retórico, pero ¿cuando se fundirán nuestras pieles para comenzar a sentir nuestro calor?
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Cuando otras bocas, otras manos,
recorren tu cuerpo,
mis dedos, mis labios,
se preparan ansiosos
para perderse en tus rincones mas inospitos.
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No dejes de buscar en este laberinto y sigue las flechas de las casualidades..
A la salida te espero.
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La fugacidad a tu lado se torna en eternidad cargada de impaciencia.
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Viajar de norte a sur,
sin quedarnos en las apacibles colinas,
hasta naufragar en la tempestad de nuestros sueños.
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La felicidad no aguanta más y se apresura a impedir nuestros besos.
Acude en su auxilio su hermana renegada, la envidia.
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Cuando oirás el eco de estos suspiros,
cuando mirarás entre los vahos de estos cristales.

Binomios fantásticos

Historias de besos y revólveres

< El otro día me propusieron un juego extremo: una ruleta rusa con un revólver cargado de besos. Yo sólo sé que, en esta ocasión, no quiero ganar.

< El Gobierno, ante la grave crisis demográfica que vive el país, ha dictado el siguiente decreto: anular las licencias de revólveres y aumentar las permisos para lanzarse besos en público.

< Unos labios le dicen a un revólver: “Guapetón ¿por qué no me dejas que te coma a besos?

< Hoy he leído en la sección de sucesos del periódico una notica de lo más extraña: “Un revólver se pega un tiro al negarle su amada pistola un beso”.

< En el país de los revólveres y los besos, el amor y el odio no tienen excusas para huir.