domingo, septiembre 16

Tierra


Mis pies pegados a la tierra. Sobre ellos se alza mi tronco, se desenrosca ligero, sin peso, sin carga, y poco a poco, con calma, se van desplegando mis brazos, como alas de un cóndor libre que acarician las cumbres de las cordilleras. Y el calor, un hilo de calor intenso, como un sendero de lava, se deja caer por las laderas de mi cuerpo, recorre mi piel y llega a todos los recónditos recovecos de mi interior.

Siempre hay un hilo que me lleva a alguna parte, que me guía y me agarra. No dejaré que te caigas. ¡Todo está bien!

Los senderos, mis senderos, son enrevesados, poseen mil barreras, alambicados, confusos, pero siempre me llevan a donde yo quiero ir. No tengo que olvidarlo. Todo camino lleva a otros caminos, y en cada encrucijada hay una liana de la que agarrarme y de la que nunca, nunca, me caigo.

Los cambios han llenado mi vida en los últimos años; la han plagado de gentes, lugares, sensaciones, sentimientos y emociones intensas. Me he enganchado al salto constante, a ser un saltimbanqui de la vida. Y a pesar de todo ello, vuelvo a sentir mi centro, mi equilibrio, mi base. Y está en mí, muy dentro de mí. A veces se esconde y me da miedo no sentirlo. Pero está ahí…siempre, a pesar de las transformaciones, bruscas o pausadas. O quizás porque éstas forman parte de mí.

Siento la tierra, mi tierra, que no es ninguna tierra.

Poesía


Poesía.

He danzado poesía; he tejido palabras con mis manos; atrapé versos con mis ojos; palpité…tuve taquicardia de odas. Mis musas me invadieron, recorrieron cada poro de mi piel, vaciaron en cada exhalación mis pulmones, dejaron exhausto mi espíritu.

Sentí poesía en los colores, en los caminos que recorrían mis dedos pegados a mi pincel.

Recorrí mi cuerpo construyendo, pariendo poesía, dejando libres mis emociones, deshaciendo los enredos de mi mente, susurrándome palabras de amor al oído…dejando salir, una vez más, un “te quiero”.

Volcán de locura


Los barrotes de la prisión se derriten, ya no resisten más el calor de la desesperación.
Están incandescentes.
Arden.

El volcán ha hecho erupción, ya no resiste más.


No puede retener por más tiempo la lava que le quema en su interior. Debe brotar por su crater y caer por las laderas hasta llegar a la jaula del silencio, del dolor, del odio, de la locura…y lograr que se deshaga el acero que mata y ahoga los suspiros, los quejidos surgidos desde la garganta volcánica.

Salta por los aires, explota, brota ante nuestros ojos aquello que nos tuvo atados durante nuestras vidas, sin vida.

¡Abajo los barrotes de la locura! ¡Abajo los muros del miedo!

Fuera de nuestros corazones las espinas que lo castigan, que enferman nuestra mente y la deforman.

¡Ya se acabó! Ahora la prisión cae y se convierte en arroyo que va a parar al desagüe, a las alcantarillas del alma, para así perderse en el abismo del olvido.


¡No quiero callar más! ¡No deseo mentir ni disimular! FIN.

Arroyos de sangre


Núcleo plagado de arterias, de arroyos de sangre que fluyen hacia un abismo de infinito, hacia una grieta de oscuridad.

Un depósito de vacío que vacía su nada y la gotea por el todo, por la inmensidad de la plenitud.

Dejemos que aparezca el vacío. ¡Qué mayor separación que el vacío!

La nada, el cero también están ahí, también aparecen en mí…y me llenan. Me empapan de miedo, de angustia, de cobardía. Me asomo al vacío y me asusta, me devora su fuerza.

La mancha de la nada ¿Cuánta energía, cuánta vida puede surgir del vacío?

Depósitos de corazón que se vuelcan en el espacio que lo palpita y lo abraza todo; donde cada milésima parte del vacío explota en millones de milésimas partes hasta diluirse en la sangre y desaparecer, desaparecer, desaparecer… y almacenarse en un rincón, en el baúl de hadas de la nada, de duendes de la confusión, de magos de corazas blancas.

Abrazos de color


Un lazo y dos corazones.

Un lazo de brazos, de abrazos de color, de semillas que germinan en la música de corazones henchidos por la vida. La vida que los acoge…y también los ahoga. Y a pesar de ello, se alzan, se buscan, cada uno en su profundidad y a la vez, en su liviandad.

Necesito abrazarte, sentirte como eres, como ves el mundo, como lo caminas. Necesito mirarte, sentirte, sin prisas, para fundirme contigo, para latirte en mi vientre como un ser que siempre está naciendo, que nunca muere. Necesito quererte a solas, también compartida, pero en un pequeño rincón del mundo.

Mirarnos para mimarnos.

Mirarte, mirarme, sentir tus ojos en los míos y mis manos en las tuyas.

Espacio y Mar


¿Qué nombre le pondrías a la energía? Lorenzo.

¿Por qué? Por la fuerza amarilla, por la luz destellante del mundo.

¿Y por qué no Mar? ¡También! Pero un mar amarillo en el que no se refleje el azul del cielo, sino el sol, todo el sol.

¿Puede alguien vaciar el mar? ¿Se puede soltar algún tapón y dejar escapar toda esa inmensidad de vida?

Si lo inclinamos y volcamos sobre el vacío del espacio, lo desparramamos en la oscuridad del infinito de las galaxias…los peces dejarían de ser peces y pasarían a convertirse en estrellas, satélites, cometas…, corales de luz.

Y entonces, toda la oscuridad de las profundidades, de lo recóndito del mar, de la tierra, del espacio, se encontrarían, se mezclarían en una sola opacidad, pura, intensa, pero aislada.

¿Y la luz? La luz explosionaría, lo invadiría todo. Destelladas, chispas, ráfagas de luz a raudales que llenan cada rincón.

¿Y el mar? El mar debe seguir con su oleaje, sus seres, su vida, su espíritu, en medio de la oscuridad, en medio de la luz, sintiendo como lo penetran cada una de ellas, como lo atraviesan y como anidan en él, en el mar.

Pero el mar no se vacía. Tan sólo se bambolea, se balancea de un lado a otro, entre el día y la noche, entre la claridad, la vida más absoluta, y la negritud, el vacío más angustiosamente vigente.

En mis profundidades siento el oleaje negro y en la superficie de mi mar, me muevo con mi espuma amarilla, con mi vida lorenzana.

Ser danzante de las cavernas


Mis manos, con mis dedos espigados, se convierten en tentáculos, no en dos, sino en mil, en un sinfín de extremidades que bajan por mi cintura hasta mis pies. Los acarician, los abrazan y atrapan. Se confunden con ellos.

Mis piernas ya no son mis piernas. Se han transformado en otros tentáculos. Y todos ellos circulan por el aire, deambulan a través de él, libremente. Se dejan guiar por el espacio, por el vacío del tiempo. Y sienten el centro de la vida, de mi vida, de mi vientre, de mis ojos vigorosos y mi corazón sangrante, pero lleno de pálpito.

Mi músculo está sano. Llora, pero ríe. Late de vitalidad, se funde, se confunde con la vida. Parece que él mismo ha parido la vida.

Mi sonrisa vuela. ¡Tiene alas! Y viaja por todos aquellos rincones a los que mi materia gris nunca llega. Vagabundea, aletea por aquellos mundos siempre soñados y jamás visitados. Y en mi sonrisa, montada en ella, va todo mi ser, voy yo, enterito, sin soltar nada de lastre. Me agarro a ella fuerte, a su cresta. A lo lejos, confundiéndose con las nubes, también veo a mi lengua gamberra.

¡Qué ganas de volver a lo primitivo! A mi ser danzante de las cavernas, a aquel que vive en un akelarre. Hoy he sentido de nuevo a mi corazón, pero no estaba solo. Estaba abrazando, acariciando a mi mente. Le susurraba al oído palabras dulces, palabras de amor: “Déjate querer cabecita mía! ¡Deja que te haga el amor!”. Relax-vitalidad-centro.

Hoguera de agua



Fondo marino de fuego, hoguera de agua, habitados por bichejillos amorfos: medusas, rayas, caballos de mar que se confunden con las llamas, con las olas, con las caracolas ¿y las caracolas? ¿Y si todo se confunde más y aparecen las caracolas?

Voy a echarle una cerilla de agua a ver si gotea un poco.

Y al final, ese mundo emerge. Sale del fuego, sale del agua. Un mundo ilusorio, lleno de fantasía, de un cierto misterio, poblado de seres de otro mundo, de un mundo libre, en el que todos los colores, todas las formas, cada ser, cada forma de ser, son posibles.

Trinidad vital segregada


Fluye un sentimiento de optimismo forzado, de tranquilidad construida a base de metacrilato, de alambres de espino que cierran el espacio, la salida y la entrada. Es una sensación desde las tripas, desde un revoltijo, desde un amasijo de emociones. Todo lo que fluye abajo, en el estómago, es lo que no llega a la cabeza ¿o será a la inversa?

Esa gran coraza que separa el cuerpo de la mente, del espíritu. La trinidad vital segregada; cada una se alimenta de si misma. Autarquia inconexa que busca la unión.

Hay que crear un espacio en la cabeza para las tripas. El cerebro tiene que dejarse abrazar por el intestino. El corazón debe latir enla garganta y reflejarse en los ojos.

“El fantasma que sacamos, sabemos que tamaño tiene. El que nos dejamos dentro puede ser inmenso”.

miércoles, septiembre 12

Universo rojo pariendo otro corazón


Corazón,

fuego ardiente.

Universo rojo pariendo

otro corazón.

Un corazón que arde, un fuego que sangra.

Una gran pira de sangre, una llamarada de latidos amarillos y rojos.

Líneas oscuras que rompen el color, el universo de corazón, el universo de estrellas rojas y globos amarillos.

A un cuerdo que lo creían loco,
lo intentan meter en el manicomio.
Él se resiste en su camisa de fuerzas.

“¿Por qué yo, que veo todo claro, tengo que habitar en las tinieblas?”

Caos Vital
























Caos. Caos vital.

Orgía de colores cálidos. Formas amplias y curvas.

Manos adheridas a la pintura.

Una cruz que parte el lienzo y lo rompe en cuatro partes casi iguales.

Brota una cierta agresividad, o más bien, explosión de rabia.

Y manchas negras que forman un rostro pegado al lienzo.

Surge la figura de un payaso sobre la de un fantasma. Un payaso con pompones de colores en la cabeza, con marcas de gata en los ojos ¿o serán las pestañas?

Al payaso, al clown, se le escapa por su ojo naranja una lágrima negra de fantasma. No es un payaso alegre, ni siquiera con sonrisa triste. Es un payaso enfadado, rabioso, que grita… a su fantasma.

Parece como si el payaso se hubiera estampado contra una ventana.

Al otro lado, el fantasma le mira.