domingo, septiembre 16

Ser danzante de las cavernas


Mis manos, con mis dedos espigados, se convierten en tentáculos, no en dos, sino en mil, en un sinfín de extremidades que bajan por mi cintura hasta mis pies. Los acarician, los abrazan y atrapan. Se confunden con ellos.

Mis piernas ya no son mis piernas. Se han transformado en otros tentáculos. Y todos ellos circulan por el aire, deambulan a través de él, libremente. Se dejan guiar por el espacio, por el vacío del tiempo. Y sienten el centro de la vida, de mi vida, de mi vientre, de mis ojos vigorosos y mi corazón sangrante, pero lleno de pálpito.

Mi músculo está sano. Llora, pero ríe. Late de vitalidad, se funde, se confunde con la vida. Parece que él mismo ha parido la vida.

Mi sonrisa vuela. ¡Tiene alas! Y viaja por todos aquellos rincones a los que mi materia gris nunca llega. Vagabundea, aletea por aquellos mundos siempre soñados y jamás visitados. Y en mi sonrisa, montada en ella, va todo mi ser, voy yo, enterito, sin soltar nada de lastre. Me agarro a ella fuerte, a su cresta. A lo lejos, confundiéndose con las nubes, también veo a mi lengua gamberra.

¡Qué ganas de volver a lo primitivo! A mi ser danzante de las cavernas, a aquel que vive en un akelarre. Hoy he sentido de nuevo a mi corazón, pero no estaba solo. Estaba abrazando, acariciando a mi mente. Le susurraba al oído palabras dulces, palabras de amor: “Déjate querer cabecita mía! ¡Deja que te haga el amor!”. Relax-vitalidad-centro.

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