domingo, septiembre 16

Tierra


Mis pies pegados a la tierra. Sobre ellos se alza mi tronco, se desenrosca ligero, sin peso, sin carga, y poco a poco, con calma, se van desplegando mis brazos, como alas de un cóndor libre que acarician las cumbres de las cordilleras. Y el calor, un hilo de calor intenso, como un sendero de lava, se deja caer por las laderas de mi cuerpo, recorre mi piel y llega a todos los recónditos recovecos de mi interior.

Siempre hay un hilo que me lleva a alguna parte, que me guía y me agarra. No dejaré que te caigas. ¡Todo está bien!

Los senderos, mis senderos, son enrevesados, poseen mil barreras, alambicados, confusos, pero siempre me llevan a donde yo quiero ir. No tengo que olvidarlo. Todo camino lleva a otros caminos, y en cada encrucijada hay una liana de la que agarrarme y de la que nunca, nunca, me caigo.

Los cambios han llenado mi vida en los últimos años; la han plagado de gentes, lugares, sensaciones, sentimientos y emociones intensas. Me he enganchado al salto constante, a ser un saltimbanqui de la vida. Y a pesar de todo ello, vuelvo a sentir mi centro, mi equilibrio, mi base. Y está en mí, muy dentro de mí. A veces se esconde y me da miedo no sentirlo. Pero está ahí…siempre, a pesar de las transformaciones, bruscas o pausadas. O quizás porque éstas forman parte de mí.

Siento la tierra, mi tierra, que no es ninguna tierra.

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